06 agosto, 2006

EDUCAR CON UNIDAD DE CRITERIO


Ayer por la mañana, estaba dando un paseo con mis hijos y al pasar por delante de una iglesia vimos los restos -muchos restos, demasiados restos- de un “botellón” nocturno, en la misma puerta. Una señora de mediana edad pasaba también por allí y no pudo reprimir, con gesto de contrariedad, el manifestar su opinión al respecto. Después de unos minutos de desahogo dirigió una mirada de pena a los niños y les dijo que hicieran mucho caso a su padre, que ella ya les decía a sus hijos adolescentes que hicieran lo mismo con el suyo. Finalmente, como tratando de justificarse me explicó que la mano dura era para que la aplicara su marido y que su papel era el de proteger a sus hijos, y en especial al adolescente que más problemas le estaba dando para que no se le fuera de casa.

En ese momento, si me hubiera dado la opción de hacerlo, le habría dicho un montón de cosas sobre la unidad de criterio en el matrimonio, sobre el compartir todas las cosas que sucedan en el ámbito del mismo, sobre la entrega libre y voluntaria de cada uno de los cónyuges para ser uno, sobre el proyecto de vida en común que incluye la obligación de compartir la educación de los hijos.

Si hubiera podido le habría hablado de que la educación de los hijos no es ni un juego, ni un experimento. Que es cosa de dos, del matrimonio, no solo de la madre o del padre; y que en este contexto el mejor papel que pueden jugar ambos es el ser uno solo, un único criterio y una sola voz.

Si me hubiera dejado le habría dicho que el papel de los padres no es el de ser “colegas” de los hijos, ni el de ser “sargentos” de ordeno y mando. Que los dos extremos -la bondad en exceso y el rigor en demasía- son igual de malos. Que no hay reparto de papeles válido para conseguir la mejor educación posible para los hijos, ya que ésta sólo se consigue con el esfuerzo de ambos cónyuges.

Si sólo hubiera tenido un instante le habría hecho pensar que para educar a los hijos no hay que sobreprotegerlos, sino sólo hacerse amigos de ellos, para, con esa amistad y con la autoridad de padres, aconsejarles de forma oportuna, pues los hijos están siempre dispuestos a escuchar a sus amigos.

Si hubiera habido ocasión le habría contado que en la educación de los hijos hay que compatibilizar la libertad que ellos tienen, con la autoridad de los padres. Que éstos deben querer y cuidar la libertad de sus hijos enseñándoles a administrarla bien, pero que al mismo tiempo que les dan la libertad adecuada a su edad, les tienen que enseñar que ésta trae consigo la correspondiente responsabilidad.

Si nada más me hubiera escuchado un momento le hubiera manifestado que cuidando la libertad de los hijos, se les previene de las malas costumbres, de las ideas descabelladas, de las infamias, de los malos amigos, de propagandas destructivas, ...

Si nada más me hubiera escuchado le habría dicho ... Pero no fue posible decirle nada porque, alegando que tenía mucha prisa, se marchó. No me dejó explicarle todo esto porque creo que en el fondo ella ya lo conocía, sabía que era cierto y se imaginaba que yo se lo podía decir.