03 septiembre, 2006

LA LEY DEL MÁS FUERTE


Es innegable que este verano ha estado marcado por trágicas noticias que han conmocionado a la opinión pública. A las tremendas imágenes, cada día más habituales, de cientos de personas llegando en frágiles pateras a nuestras costas buscando un futuro mejor, se han sumado las ya tristemente tradicionales de pavorosos incendios asolando la geografía de nuestro país. Han continuado los casos de violencia doméstica que, pese a que el gobierno prometió en su día que se iban a terminar con la ley contra la “violencia de género”, han seguido aumentando y cada vez son más dramáticos. Hemos visto escenas de una guerra librada entre una democracia y grupos terroristas, en la que -como siempre sucede- los más perjudicados han sido los civiles. Y también hemos podido comprobar cómo varios terroristas, de los más sanguinarios y crueles de la banda ETA, han retado desafiantes a los jueces y magistrados que les juzgaban, quizá crecidos por saber que le están ganando la partida al gobierno ...

Pero sobre todas ellas, ha habido una que me ha llamado la atención por su especial crueldad y por la indefensión de la víctima. El día 13 de agosto un niño de dos años y medio murió en Málaga por los malos tratos de su padrastro. El menor, que ingresó con una parada cardiorrespiratoria en el hospital Materno Infantil, presentaba numerosos hematomas por todo el cuerpo, además de un fuerte golpe en la frente.

No logro entender cómo es posible tanta brutalidad en una persona para poder hacer tamaña salvajada a un niño indefenso. No me cabe en la cabeza cuáles pueden ser los motivos que pueden empujar a alguien a perder la cabeza de ese modo. Y mucho menos consigo comprender cómo las autoridades competentes, en este caso la Delegación Provincial de Igualdad y Bienestar Social de la Junta de Andalucía, no tomaron medidas para prevenir esta desgracia, sobre todo después de conocer que 20 días antes una hija natural de este individuo también había recibido asistencia en el Materno Infantil por unas contusiones en la cabeza.

Está claro que vivimos en una sociedad enferma. Está claro que cada día que pasa se va perdiendo más el fondo y se cuidan menos las formas. Está claro que poco a poco nos vamos adocenando, dando pie a que impere la ley del más fuerte. Está claro que el hombre se está haciendo cada vez más primitivo, actuando según los instintos más básicos que posee cualquier otra especie animal.

Pero está claro también que tenemos a nuestro alcance la posibilidad de darle la vuelta a la tortilla, volviendo a confiar en la educación, en los principios, en la moral, en el orden. Cierto es que cuesta un poco más vivir con unas normas basadas en esos preceptos que pensando sólo en uno mismo, pero también es cierto que se vive más feliz, se tienen más satisfacciones, e incluso se piensa más en los demás. Tanto como para crear módulos de ingreso en las cárceles para aquellos presos que requieren especial protección porque peligra su integridad personal, como es el caso del padrastro que asesinó al niño.