UN PROYECTO DE VIDA
Decíamos en el artículo anterior que el problema de la escasez de tiempo en nuestra vida de familia se reduce lisa y llanamente a una disculpa que viene a esconder, en la inmensa mayoría de los casos, una falta real de generosidad. Pero ¿por qué nos comportamos así? ¿qué es lo que nos hace actuar en contra de aquello que libremente hemos elegido? Posiblemente no exista una sola respuesta a estas preguntas, pues es cierto que influyen muchos condicionantes externos que actúan de forma independiente a los deseos de las personas. Así, el ambiente social basado en un consumismo desmedido o el mal llamado “estado del bienestar” (más preocupado por el “tener para disfrutar” que por el “disfrutar de lo que se tiene”), por poner dos ejemplos, son una muestra palpable de la influencia del entorno en la modificación de los parámetros de actuación de las personas. Sin embargo, podemos asegurar que todas las respuestas que podamos encontrar a esas cuestiones pueden tener un origen común: la falta de un proyecto de vida coherente.
En nuestro trabajo, generalmente, tenemos claro qué es lo que queremos y qué cosas debemos hacer para alcanzar las metas que nos proponemos; es decir, toda nuestra actuación sigue un proceso en el que estamos plenamente involucrados porque sabemos que el éxito final depende de lo que seamos capaces de realizar. Y esta actuación, tan obvia para la mayoría de las personas, somos incapaces de extrapolarla a nuestra vida familiar. Quizá porque cuando un hombre y una mujer se enamoran y ponen los cimientos de un “proyecto de familia” no están partiendo de las mismas bases para transformar los dos “yo” en un “nosotros” y no son capaces de realizar una renuncia total de sí mismos por el bien del otro; quizá porque cuando hablan del amor que se profesan no se están refiriendo al mismo tipo de amor, y mientras uno se refiere a la parte mística del “contigo para siempre”, el otro busca la parte física del “contigo mientras”; quizá porque uno de ellos o ambos, cegados por la reacción emotivo-afectiva, descubren valores que no existen en el otro o dejan de descubrir aquellos otros que son los que realmente existen; ...; quizá porque lo único que se busca en esa relación es simplemente la satisfacción de un deseo fisiológico personal y se deja actuar a las feromonas sin pensar en nada más.
Estamos en una sociedad en la que se banaliza todo y en la que todo se hace “a prueba”, como lo demuestra el hecho de que cada vez son más las parejas que se deciden a vivir juntos antes de darse el “si, quiero”. Y es responsabilidad de los padres trasladar a nuestros hijos la importancia que tiene para su felicidad futura el plantearse un “proyecto de vida familiar” antes de dar pasos que luego no se puedan desandar, y enseñarles a pensar como contraposición a la actuación por impulsos que el relativismo moral se ha encargado de fomentar.
En nuestro trabajo, generalmente, tenemos claro qué es lo que queremos y qué cosas debemos hacer para alcanzar las metas que nos proponemos; es decir, toda nuestra actuación sigue un proceso en el que estamos plenamente involucrados porque sabemos que el éxito final depende de lo que seamos capaces de realizar. Y esta actuación, tan obvia para la mayoría de las personas, somos incapaces de extrapolarla a nuestra vida familiar. Quizá porque cuando un hombre y una mujer se enamoran y ponen los cimientos de un “proyecto de familia” no están partiendo de las mismas bases para transformar los dos “yo” en un “nosotros” y no son capaces de realizar una renuncia total de sí mismos por el bien del otro; quizá porque cuando hablan del amor que se profesan no se están refiriendo al mismo tipo de amor, y mientras uno se refiere a la parte mística del “contigo para siempre”, el otro busca la parte física del “contigo mientras”; quizá porque uno de ellos o ambos, cegados por la reacción emotivo-afectiva, descubren valores que no existen en el otro o dejan de descubrir aquellos otros que son los que realmente existen; ...; quizá porque lo único que se busca en esa relación es simplemente la satisfacción de un deseo fisiológico personal y se deja actuar a las feromonas sin pensar en nada más.
Estamos en una sociedad en la que se banaliza todo y en la que todo se hace “a prueba”, como lo demuestra el hecho de que cada vez son más las parejas que se deciden a vivir juntos antes de darse el “si, quiero”. Y es responsabilidad de los padres trasladar a nuestros hijos la importancia que tiene para su felicidad futura el plantearse un “proyecto de vida familiar” antes de dar pasos que luego no se puedan desandar, y enseñarles a pensar como contraposición a la actuación por impulsos que el relativismo moral se ha encargado de fomentar.
Etiquetas: consumismo, educación, familia, matrimonio, proyecto de vida, relativismo moral, sentido común